miércoles, 6 de mayo de 2009

En la plaza

Me encontró con ojos desnudos recostados sobre el pasto con el leve roce de la luz matinal. Sobre el pasto verde tan verde que parece azul, o amarillo regado por el rocío. Me encontró en la plaza, en la hamaca roja. Humedeció los dedos en su lengua y recorrió la palma de mi mano, hielo en la piel de mis ojos. El acaricia el pelo, enmudece labios. En la plaza, luego en la mesa de la cocina, la merienda, la taza, el mantel errando los talones de la mesa; mama sabia que había llegado y no queríamos hacer nada. Cada mañana él iba a verme jugar, el estrecho tramo de piel que florece en mis piernas, entre la pollera y las medias. Cada día una violación en el intento de hacerlo, mientras una señora teje en el banco y mira, pero nadie ve la desesperación, la arritmia galopando las esquinas del gesto, tanto miedo espanta la fuerza y a la vez se va con una respiración, y se va. Se va como todo lo que respira.
Ya no hay miedo, solo es él como un vidrio incrustado en el pecho, besa la frente, se aleja mirando como un buitre que lleva un pedazo de mi carne y duele, pero esta ahí, sigue cada noche cuando se deshace la luz y teje como la señora en el fondo del abismo. Teje muchedumbres con sus agujas para inmortalizar un instante sobre el torso de alguien que abrigue la necesidad de abrigar. Hace frío y él esta ahí, vuelve para acuchillar los parpados y sus rascacielos, no hay nidos en la prosperidad de las alturas. El tiene la forma de lo hueco, pozos con rostros que rodean. Cava, rasca la tierra y profundiza, enciende señales de humo. El vidrio aún esta incrustado en el pecho y no se va. Me hunde, consume de a poquito y punza, punza cada vez mas rápido y enseña nuevos lugares oscuros, sin nombre como él y su cuerpo que me invade, ocupa tiempo y metros, sobre todo distancia. Nunca habla, esta en mi pieza y aleja la realidad, todo se aleja; el ropero, la mesa de luz, libros en el piso, las pantuflas, fotos, tiempo. Estiro las manos y las piernas y no alcanzo a tocar, todo se escapa, se lo lleva lejos. Grito que se vaya y la señora me abrigue con su color azul, o su naranja.
Sigue la noche y llueve pero es tarde, nunca volverá a ser lo mismo, los ojos vieron algo que no, y no no es nunca, y el siempre nunca es para siempre. Las puertas se abren como telarañas en el medio del pecho, y es el reposo de una pinza clavándote dientes hasta extirpar todo y llenarte de otra cosa que enseñan los ojos del desconocido. Ese sin sabor de boca dormida te inunda la vista y crees en el fondo del mundo. Y vuelvo a la plaza, arribo al pétalo más alto para hundirme luego en constelaciones detrás de los ojos que deshacen cielo sobre la piel.
Es el ocaso de la lluvia y el señor sigue ahí, sin decirme su nombre, tiene la presencia del vacío. Después sigue lo mismo, la costumbre del tiempo repetido, sentir cada día un hueco consumiéndose a si mismo.

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