domingo, 18 de octubre de 2009

(título desconocido)

Creo que dios no conoce dónde amamos los hombres, donde se desgrana un pedazo de alma o donde se desbarranca el suave sabor de las sonrisas.
O las miradas en las veredas que abrazan la locura de saberse perdidas en la muerte o en la lluvia.
No sabe distinguir la maravilla de tus manos, y sin saber de muerte diste tanta vida y vas y venís sobre la calle.
Yo quería ser vereda siempre, con las manos de baldosas agrietadas. Quería caminar siempre hasta que te pisó la muerte en su fachada.
Y ahora quiero tu mano y ya no esta, así como mueren las palabras
en silencio, como muere la tierra sin respirar, debajo de las veredas, y rompe, rompe las baldosas para sacar sus manos, que son sangre, que son la tierra que no ves esperando la lluvia, esperando embarrar las miradas que no cesan.

miércoles, 14 de octubre de 2009

(título desconocido)

Exhalé tu sonrisa vagamente
sin pensar en la educación de los excesos.
Mirarte era el equilibrio
el éxtasis de la expresión equivocada
el enfoque mal soldado
y tu encanto se acomodaba
a la espesa eutanasia de tenerte.
Emigrar es el ocaso del destino
amarrado a la epidermis de un espíritu olvidado
en el tiempo
en la lengua cristalizada
en las pestañas del vacío que nos mira
encadenado como un perro a nuestro pecho.
Y es el entierro después
la ecografía en el umbral 
de mi carne exhausta.
Desbaratando esa egolatría cóncava de tu vereda
ensucie la edad de la inocencia.
Pero estamos solos
en lo etéreo de un segundo
en la ecuación sin lógica
en el exterior de una muerte ya ganada.

sábado, 3 de octubre de 2009

Reflexiones en mi tristeza.

Y sueño que soy un pedacito de muerte saltando en el sueño, que llevo la corbata de otro rostro colgando del mío como una aguja de reloj hacia el lado contrario de las agujas del reloj. Y ella es de color rojo, es de un rojo tan parecido al cielo que me da miedo morirme, para no acabar en él. Entonces en el sueño se abren las puertas de las margaritas rosadas que mal plante y me llevan al tallo, a la tierra humedecida y todo es silencio y tierra santa. ¿Dónde está el infierno? Y sueño que cruzo un árbol para esconderme en sus anillos, en los anillos de oro que nadie deja de usar. No creo en el oro, ni en el rojo, ni en el cielo o el infierno. Creo que debo seguir soñando y confiando más en la hora de mi rostro, e inspeccionar cada tanto las arrugas de la frente, las patas de gallo y escuchar más los gallos que cantan en mis tímpanos para que despierte, por que amo la luz de la mañana y su mirada elegante. Creo que debo pensar seriamente en no enamorarme más de las personas. Creo que debo enamorarme más del rosa de las manos, de la vereda gris del horizonte, de las nervaduras de la palma de una rosa, de la estrella verde que se enciende en mis zapatos. Y no mirar tanto al miedo, no mirarlo, ni a su codicia ni a sus dientes que muerden mi corbata roja, ya que entonces, jamás voy a confiar en el hambre del hombre, en la tristeza escalonada de las pupilas sometidas, en la mirada de quién me mira de verdad, en la flecha atravesada de un Cupido ebrio que rompe corazones mal parados y paridos, y los carga en las plumas de su espalda. ¿Cursilería? No, sólo quiero saber a que hora me saco la corbata y salto, y a quién le tocan mis pedazos.





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Tambien nos podemos cansar de la tristeza.

jueves, 1 de octubre de 2009

(título desconocido)

Se desmorona la piel en pedazos de cielo
todos miran, nadie ve la desesperación
la arritmia galopando en las esquinas del gesto.

¿Qué hacer cuando cae lo último que te espera?