domingo, 13 de junio de 2010

Jugando con C.

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Una catarata de palabras se agolpa en la puerta del viento despeinado, que cabalga en los árboles de tu vereda. Ya no sabías donde terminaba el cielo, pero te topaste con el roble de tus pies exactos acomodándose en las pantuflas de color marea roja en medio de un abril que nadie vio y nadie siente, en las costas del eco de una puerta que se abre y que se expande a otra dimensión, tan grande como la tierra de tus ojos.
La corteza de la cortesía da lugar a cientos de crímenes que cuelgan de los cirios, de la cima crispada de este techo lleno de cometas ocultos detrás de las estrellas de tu patio. Porque tu patio tiene otro cielo, otra noche, otra vida. Cada coma en el lugar correcto, cada cosa en un camino que se ramifica como el canal más austral del mundo, y mis manos cansadas de tanto celeste. Cuántas casas deberíamos construir para que canten ruiseñores en sus pilares de luz antes de la crucifixión de los días, en el cortometraje medido del invierno. Cuantos puñales cercan mi cuerpo de tu cuerpo.
Tengo la cuota vencida del destino, las manos creando esta creencia de correcaminos y de cuajos uniendo la costumbre maldita de cenar otra vida antes de dormir, y prender velas de colores claros que cesen la luz opaca del silencio cometido a las dos de la mañana en el cielo del cantero de tus calias y crisantemos. Crezco, cruzo y cuento las distancias de un cosmos tan parecido al de nadie, que nadie cree esta realidad constante que circula en mi vereda. Necesito un jardín donde plantar la calma.






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