domingo, 24 de mayo de 2009

Despedidas


La ropa acabó de morder la repisa y se fue de nuevo a tus manos, a vestir tu cuerpo. Dejaste el tiempo que agujerea remeras como las polillas y ese polvo asqueroso que estornudan cuando vuelan o se estampan en tu cara.
 Olvidaste el reloj en la mesa, esa fue tu manera de huir, abortarme extraña. El tiempo olvidado es encapsular ese maldito pasar de las agujas detrás de un vidrio.
 Y minutos atrás tu respiración cercana, la piel cubriéndonos, solo el contacto
y el físico imperando la noche. Por eso no me miraste y te engullías de sitios ajenos a los ojos.
 El otoño allá fuera, clandestino de miradas que caen y crujen, la rama vacía otra vez, otra vez cayendo amarillo. Solo es eso, nada más sencillo que el otoño y su costumbre oscura y diabólica de escupir cuerpos, de almacenar el tiempo por un tiempo en su corteza y qué tanto mas, volver a los incendios, a quemar colores y apagar los verdes.
 El crujir de los pedazos de carne en la cama, la muerte olvidándote y una señora que pisa y descuartiza aún mas las hojas. Que lindo escuchar el ruido de partir, no señora usted no, él, que se va con su laboriosa lentitud, quedando la sed de volver a beber en la vereda de sus ojos. Pero se va y pisa el tiempo, la piel se pudre, la muerte de un contacto ajeno, el amanecer en las calles a las seis de la mañana llenas de sol anclado sin retorno.
 Y es el cuerpo que te llama sabiendo que falta mucho frío en la memoria y es tuya. Es tuya la muerte y los segundos en los que cae el viento y la noche. Tus ojos cierran las puertas y ya no miran siquiera el crujir de mi cuerpo llamándote. Y la señora que observa las hojas rotas en el piso. No se preocupe, es culpa del tiempo, la ropa ya se fue y solo queda mi piel oscura, vacía, esperando otra primavera.

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