domingo, 24 de marzo de 2013

Paranoia









Hay mucho miedo en todas partes, hay energías que fastidian y empujan como en el cuento de Julio en donde la gente se va de una habitación a la otra hasta que ya no tiene dónde ir y de pronto se encuentra en la vereda afuera de su casa. Yo no aguantaba más esa energía y me fuí sola para la plaza de enfrente. Ya era de noche y la gente no anda por la calle, la fauna nocturna es muy extraña, hay personas que nunca antes habías visto en tu vida en ese lugar y las ves ahora caminando, en moto, gente que pasa y se ríe o tose y los ves andar livianos, como si la noche les quitara todo el peso de encima. Me senté debajo de un árbol, con una campera gigante y una capucha, no es cuestión de tener miedo, quiero que tengan miedo de mí y nadie se me acerque. El mar se escucha desde ahí con una cercanía que abruma, musicaliza la soledad de la plaza y puede tapar el ruido de los pasos que se te acercan. La paranoia comienza a titilar en la cabeza, miro hacia todas las direcciones, el viento mueve las hojas de los árboles que ya secos en este otoño prematuro dan sonidos que se quiebran y hojas que se mueven por el suelo. Una canción de feliz cumpleaños viene desde alguna casa. Imagino los abrazos y cómo será la torta. Una casita al lado de la otra, un pequeño mundo al lado del otro. Mundos diferentes. Unas motos van y vienen y en un ratito ya se habían juntado muchos chicos en el centro de la plaza, donde hace muchos años había una pared con un busto de sarmiento que comenzaron a arruinar y le sacaron primero la nariz, luego las orejas, después lo pintaron y un día no estaba más. Otro día tampoco estaba más la pared. El grupito de chicos se hacía más grande como las moscas que rodean un tarro de miel, entonces me paré y caminando chueco y encorvada me fuí despacito hasta la calle. Caminé caminé y caminé y ningún rincón a la vista parecía un lugar seguro. Volví a casa, pero no quería entrar, entré al garage y volví a salir, me dirigí a los arbustos que rodean la esquina y me senté en el espacio libre que hay entre uno y otro. Están tan tupidos que me pueden tapar para poder pensar y sentir la noche que no aprieta como las paredes de mi casa. Hay días en los que me quiero ir, me quiero ir lejos y un impulso me lleva a salir con lo que tengo puesto, el documento y algo de dinero, subirme al colectivo ir a la terminal y tomarme cualquier micro que me lleve a cualquier pueblo de la provincia. Quiero borrarme del mapa actual que me contiene. Llegar a ese lugar desconocido, buscar un trabajo, cualquiera, alquilar un cuartito y trabajar trabajar, dormir, comer algo apenas y leer, pagar el nuevo mes. Entrar a las bibliotecas, pedir libros como quien pide algo para dar y estar en cuatro paredes que me protejan, donde mi energía ahí sea la que se propague hasta la calle, y yo esté tirada en la cama manejándola como un control remoto.


lunes, 18 de marzo de 2013

Los bosques después de la tormenta






No sé qué pensás cuando me acaricias 
o mirás en silencio, la caricia va 
desde los ojos a la boca 
a todo el perímetro de la cara
ya no la veo
la siento en tus ojos de bosque
de bosque dos horas después 
de la tormenta
ese color donde árboles y enredaderas 
son uno, en libertad se trepan 
el pasto casi no crece
pero si espiás entre las hojas 
encontrás musgo
y el musgo entero del mundo podría crecer
en la humedad de tu boca 
en la profundidad de tus ojos
ese color en los que nunca entré
me parecían una casa de vidrio sin mobiliario
en la que todo se ve 
pero a la vez no hay nada
desconfiaba de los colores claros
siempre me dejé llevar por lo oscuro
pero en tus ojos encontré un bosque 
tan tupido pero tan claro, no sé, 
por la luz de la tarde que se quiebra 
entre copas de árboles y golpea
de una rama a otra rama 
en la capa que dejó la lluvia sobre las hojas.
Las gotitas caen, son como nenes que juegan 
en un parque acuático
donde se deslizan y descienden
en un plaff redondo encuentran el suelo
un sonido hueco apenas perceptible
donde otras hiedras esperan
y al traspasar ese colchón
hay pelusas de musgo
y las que siguen descendiendo
correctamente 
cayendo de hoja en hoja
despiertan un brillo plateado que encandila
a mis ojos oscuros
hundiendo los pies
sintiendo la tierra húmeda 
esponjosa por el moho
por toda tu caricia que me habla despacito
y le entiendo decir algo 
pero ya no me importa qué
si ya estoy en tus ojos 
en los que encontré un bosque
y en los que me encontré a mí
dos horas después de la tormenta.


viernes, 15 de marzo de 2013

La fuerza



a Sonia








Amor tendido sobre la mesa, entre tazas de té
la cuchara sobre el borde derecho del plato
el postre dibuja una sonrisa inerte
toda tu fuerza escondida
en la amabilidad del abrazo exento de cuerpo

cuando el instinto te avisa que no
te levantas sangre y sombra
delimitas el contorno de tu bestia
pies corren hasta detenerse en una plaza de toros
donde sos cada rincón y todos los corazones latiendo

pero no hay muertes, hay transformaciones

sos quien enfrenta y quien sostiene
quien cae y se levanta
juego donde la violencia es el grito 
de una lanza calladita que se sitúa 
en el medio del pecho hasta plantar bandera

los esquemas sistemáticos de tu abrazo coinciden
con el pleno instante del parpadeo 
ocasionado por el viento
en la respiración honda frente al mar
o frente a la construcción de tu patria
brotes que rompen semillas hasta que
llegan vías de un tren
barbarie del amor en tiempos civilizados
se hace paso como ratas entre escombros

llega el transporte y vos lo esperabas 
quietita, inmutable
con el remolino en el centro de la taza del té
que dejó hace un rato la cuchara
y se levanta una estación a tu alrededor
te tirás a las vías y el tren te arrolla
sin muerte, no hablamos de muertes si no de vida
a la que te entregas 
y el tren que esperabas te lleva con él
a recorrerte, a vos y tu patria
a un lugar muy lejos demasiado inmenso
dentro tuyo, tierra adentro.