viernes, 1 de julio de 2011

Pan y Manteca

Una tarde con hebras de té, en la mesita acantilada que da a la ventana de 25 de mayo. Pero no hay costa, sólo gente que pasa, mundos pequeñísimos dentro de las carteras, en los bolsillos, en peines cientos de peinados canosos. Un mundo subterráneo debajo de los tapados, camperas de rafting por los ríos del asfalto escurriéndose, vaya a saber dónde. 
El comienzo de la noche, la ventana. La mesita redonda tiene la forma de tu mirada, que rebota contra los marcos de los cuadros y el brillo del vidrio. 
No estas acá, no sos lluvia. Afuera paraguas se abren, los peinados se deshacen inocentes, esperan refugio, caldos tal vez, el calor del cuerpo dando aire frío al cuerpo caliente, espasmos. 
Te prepararía una sopa riquísima, como las de mi abuela en el campo, perdidas como el apio perdido entre vapor y sabor intenso, y tanta piel llenando de aromas cada casa, cada puerta que se abre en el cemento de tu cama. Mesadas de mármol y cuchillas acariciando el sustantivo que irá a parar a la olla, donde también se nebulizan los llantos.
Pero no estas acá, no sos lluvia. La lluvia envidia mi taza vacía, quiere entrar, quiere acomodarse entera, y yo quiero ser ella, su desliz en la ventana, o en tu mano de roble, en la gota de té que no quiere llegar a tu boca y cae de nuevo por la porcelana blanca de la taza. 
Abuelos pacientes se resignan al agua en la vereda, desaceleran los pasos. Hace frío y no estas acá, ni en las patas de la mesa, ni en el teléfono mío que suena y no atiendo. Perdí tu señal, como las bocas de tormenta que se pierden en estos días de invierno.
Las velas encendidas en las esquinas del café, aglomeraciones que aparecen con lágrimas de cera caliente, caen y frenan ahí no más, dan lugar a mas formas, muchas mas de las que devuelve tu gesto difuso en alguna aparición religiosa. 
Ya no tenès boca ni nariz ni ojos afeitados, ya no tenès cejas arbitrarias, ni tus ángulos de ave vuelan. El cielo está vacío. 
Miro mi taza también vacía, pido la cuenta. Me levanto y mis dedos tocan el borde de la mesa de madera, los arrastro hasta tu mano, recorro su meseta, sigo hasta subir a tu hombro. Te besaría, pero ya no veo tu cara delante mío.
Salgo del café sin paraguas ni capucha, me choco con un señor que no quiere mojarse de màs y entra apurado a buscar refugio o algo caliente para tomar. Se sienta en mi silla recièn abandonada.
Paso por la ventana y estas ahí. La cera se desliza un poco más en los candelabros.

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