lunes, 10 de agosto de 2009

Recuerdos

La tierra se amontona tenebrosa debajo de los pies, formando una pequeña meseta. Los zumbidos se acentúan, luego se desgranan, los pies se alejan, hasta llegar a una constelación de silencios. Los oídos se agudizan pero no logran escuchar, no sienten, no palpan la suavidad del eco y, con la sonoridad de las palabras que burbujean me tejo una gran bufanda que abrigue del frío para reducirlas a la mínima sensación de desprecio, hasta acariciarlas y mirarlas con cariño, despertar sus cuerpos en mi boca y que se deslicen a mi mano, al silencio o a una hoja que vuele y se vaya por dentro, viajando cientos de kilómetros con su combustible de acero para situarse vagamente, ahí donde solo brilla una pequeña estrella, en el pequeño altar que desata la memoria.

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