sábado, 6 de agosto de 2011

Arrugas al lado de la ruta


Foto de Josefina Lopez








El café El archivo, frente a la clínica 25 de mayo, mirando los taxis y la gente que entra y sale, ambulancias escondidas de los paparazzis que se amontonan en las pupilas de la personas que pasan por la vereda buscando el morbo, si fue un accidente o una anciana o un bebé. Que miren para acá, en la mesa de la ventana debajo del vitral, con mi saco de lana blanco y las pupilas blancas, dilatada el alma, sin contracciones ventrílocuas. Ayer me dejaste. Me dejaste y apenas lloré . Me comí un alfajor triple y siete bombones con licor. Y ahora estoy en esa ventana, tomándome un submarino en un vaso de vidrio para ver que el chocolate realmente se derrita, como vos cuando te vas y me decís que te vas y en realidad no te vas y estas ahí. Porque seguís vivo. Ya no nos entendemos, decís, ya no me entendés o no te entiendo. Se fue el amor, se hundió como el ultimo pedazo de mi embarcación negra.
Ahora seguramente estas saliendo del trabajo, a tomar algo con tus amigos, hablándole a una mujer hermosa de cabello largo y brillante, mientras el espejo en el baño me cuenta un poco del mío maltrecho, de la permanente gastada, del flequillo torcido y del lápiz negro que va torciéndose en mi párpado para caer por la mejilla mientras lloro pero hago que no lloro porque afuera hay gente y hay vida despertándose para sacar a pasear al insomnio. Mi mano sale del espejo y me limpia con una carilina, la escupe un poco y me refriega hasta dejarme colorados los pómulos, y te queda bien, tonta, vos que no sabés ponerte rubor ni maquillarte como lo hacen algunas mujeres. Viste, sale fácil la mancha del llanto. Pero sos hermosa así, miráte, miráte y peináte un poco. Y vuelvo decente según el espejo, pero sigo llorando bajito, para adentro, porque se que estás riéndote con otra en la vereda, luego en la barra o mientras camines por la calle. Siempre habrá alguien interesante para conocer. Seiscientos mil y pico de habitantes en la ciudad y venís a fijarte en mí. Pero espero que me recuerdes cada vez que las radiografías de vivencias en las personas te azoten y no puedas dejar de hacerlas, e imagines al mirar una anciana, como habrá sido su rostro de joven. Y le harás el photoshop mental que te enseñé, borrándole las arrugas y le estirarás la piel para descubrir los rasgos para pintarle el pelo de color, del de sus cejas, dibujarle un cuello sin pliegues con cada una de las gotitas de perfume que lo habitaron, y que los matafuegos la custodien porque incendiaba los puestos de flores cuando caminaba con su trajecito por Florida, y a los canillitas en la esquina de Corrientes antes de tener a sus hijos, antes de venirse al mar. O la vas imaginar preparando la cena con un delantal de hule de plàstico amarillo, o en blanco y negro, y el bastón desaparecerá del mapa hasta que te mire extraña, tal vez pensando que le queres robar o que te estás enamorando de ella, cosa que no sería imposible si aprendiste a mirar de esta manera. Entonces le vas a decir que lindos ojos tiene, que lindo pañuelo, y ella va a sonreír, tímida pero sincera, con felicidad sincera, y le alegrarás el día. A la nietita que va a su lado la construirás mujer, con rasgos mas afilados que sus cachetes redonditos, con los labios pintados tentando la profesión de besadora que descubrirá unos años más adelante, el cabello suelto, alta, y la confundirás con su abuela, le buscarás los rasgos que las unen y las encontrarás de la misma edad charlando de su vida a un par de mesas mío, tomando el té.
La abuela te mira sonriendo mientras el semáforo se pone en amarillo y el sol se arrima a sus ojos para cristalizarlos. Y el rojo te aleja de ellas mientras vas caminando y en cada abuela o abuelo vas a verme, y vas a evitarlos cuando te pregunten alguna dirección, esquivarle a los puntos turísticos durante el mes de marzo, las compras por la mañana, las casas de té a las cuatro de la tarde, las puertas de los geriátricos y los hospitales. El espejo me dice que me calme, que pida un scon de esos que se ven en el mostrador y una medida de whisky, no hay apuro. El submarino se llevó la dulzura y el bastón de volverte a ver, va a seguir esperándome al lado de la silla.

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