sábado, 17 de septiembre de 2011

Sobredosis sedentaria

Me pongo el suéter azul y los aros que mas te gustan, voy a ir a visitarte. Afuera hay un sol de Marte, un sol que genera una luz muy roja como de Apocalipsis, con las cenizas del Puyehue sobre las cabezas. Un solsticio para sofocar al amor en invierno, al amor más frío con la noche más larga el veintiuno de junio, la gente sujetándose la soltería a los pies para no quedar a oscuras, surfeando olas solitarias. Pero creo que sólo vos y yo nos vamos a amar en la solemnidad de los soldados, en la guerra que tu cuerpo planteó unos meses atrás, en la postura sofisticada y sus sollozos internos, dolores sobrenaturales del héroe que debe agigantarse detrás de un arma. El software cargado en el cráneo para sobrevivir a la guerra, a la sociedad que veteranos los mira con pena con socorro, en los sistemas de la soberanía nacional y el dilema en la sobremesa de los titiriteros con sus títeres ¿Quién come, quién da de comer? 
En los sismos de la noche, en pesadillas, en el síntoma que crece en cada sirviente de la patria, sintonizando la frecuencia siniestra de la simetría en su nariz, para poder no respirar la sangre nunca, apenas la herida que atenderán los sindicatos de botiquín.Y en los medios, sin razón, la sintaxis de discursos alentadores a la causa usan el protocolo de la guerra, como un cóctel donde sirenas sirven bandejas de canapés y sándwiches de miga, saludando con cánticos futboleros a los invitados, una especie de simbiosis de los simpatizantes y las mujeres que lloran y los hijos que no van a llorar. Y vos que nunca me vas a volver a querer.

Me subo al 562, con la continuidad de la vida desde el último asiento. Observo a cada una de las personas, como miran por la ventana, como afuera una sinagoga brota desde la ceniza, en las veredas, con la sinceridad de un sillón al descanso de la sexualidad. Veo vías de un tren que serrucha los rieles, machimbre que luego irá a parar a la cabeza de los nuevos huérfanos. El señuelo del amor, la serenidad, se sienta conmigo a contar las semanas que faltan para el fin del combate. No sabemos cuánto más vamos a aguantar.

Bajo del colectivo, espero que el semáforo dé alba verde a la seguridad del miedo arraigado a la calle, segundo a segundo, segregando el suelo acumulado con sudor, no saber si te voy a encontrar esta vez. La gente, la suciedad del smog marcha con prisa en smoking, forma parte de la secta que surge en la salvia, bosque talado en las alcantarillas, setas que sangran nutrientes de tierra, por eso también las hay venenosas. Se produce en el mundo una saturación de los santuarios y los rezos al santísimo en conjuntos de satén y sandalias franciscanas. Queman en salamandras junto al sacrificio, la sabiduría lograda un sábado sabático en casa, en ese sillón sonámbulo, mientras adentro todo baila con la banda sonora del silencio.

Los barrios que veo cada día tienen algo distinto. Pienso que se agotan los soldados que tenemos replegados en la zona cardíaca. Estas vencido, los subsidios van subrayando tu lugar a un lado de la ruta, a un costadito con la suavidad suicida que requiere el naufragio de vivir.

Te visito en el hospital como cada tarde después del trabajo, y sin que me vean las enfermeras, sustraigo con una sonda sustantivos que me dejaste almacenados en tus venas y que sostienen un tiempo más el surrealismo inacabado que inunda la habitación y, me da esperanza de volver a verte sonreír, de inyectarme sobredosis de vos. Porque se que no hay consciencia, ni cuerpo ni hospital sin destruir, ni árboles ni guerras que duren para siempre, salvo el amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario