sábado, 10 de abril de 2010

Visita al zoologico

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Camino entre los árboles y me descalzo las ruedas de los pies. No salgo pero vuelvo a entrar. Muere el aguijón de una aguja de reloj inyectando en las venas espera y paciencia. Apagar la rabia. Alrededor hay cientos de animales que estrellan su cara contra el cielo, y no sabemos si es martes o viernes o selva. El tiempo deja de conjugar los verbos, y mi cautiverio te mira detrás de una reja gigantísima como tu descanso y tu fraternidad vacía, de cámaras de fotos que relampaguean sobre los pechos afelpados y sobre los colmillos de leche ocultos bajo la represión del paisaje. Camino inquieta, en círculos, palomas breves vuelan y entran al zoológico que levantaste en tu olfato mal cocido y mi nariz ya no respira primaveras, solo golondrinas que se van donde animales no esperen su muerte recostada, cansados del ojeo y la mirada constante y las voces, gruñidos de hombre. Tu pupila se ensancha y sigo comiendo de tu mano, hasta el día de la revolución. Mi cuerpo tiene la pared llena de arcas de Noé desamarrando las cuerdas.
Tu noche no es el infinito y enciende veladores, visibilidad variable, la niebla, el movimiento de una bestia encerrada. Las rejas, mis costillas, y toda esta selva que se muda lejos, tan lejos que me vas a encontrar, otra vez, pero llena de vida, cerrándole los ojos a tu muerte.






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