martes, 8 de septiembre de 2009

(título desconocido)

Vas cubriéndote la herida, esa adorable cicatriz de sol.
Y el surco fantasmal, la muerte, con el calor de tu vientre también herido, que es fuego, te sacude ingenua y te padece oscura. La sonoridad de tu voz te viste y te hace más hermosa que la noche tragándose tu boca, más suave que el silencio apretando los dientes, y te enhebra. Se vuelca hacia vos, al molde perfecto que se arquea en tu cintura, en los espasmos del incendio y la gloria ventilando el temblor de tus ojos.
Tu jardín es de rosa imperfecta, ocultándose en el cadáver del otoño. El roce con tu piel cohíbe, desnuda la tierra y solo tu mirada basta, eclipsa los cielos y los montes llenos de lobos azules que se dispersan cuando los búhos se redimen. Los dedos de la noche caminan, empujan y mojan ese territorio tan tuyo y los kilómetros del apetito, de la carne arqueándose otra vez en la indescifrable llegada de tu dulzura, esa guerra vencida.
El rincón húmedo se inunda ante la tempestad de los cielos que gira y se detiene en tu respiración. El aire, todo el aire y sus flores buscan el lecho, la luna y los cercos de tu cuerpo, ahí, donde todo parece una noche de jardines azules, donde todo deja de existir, donde todo se abandona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario