miércoles, 2 de enero de 2013

Un montoncito de huesos






cierro los ojos cuando te vas
vuelvo a la infancia 
donde juntaba el sol con las manos
hacía pozos para enterrar la sombra

corría en los campos hasta el atardecer

hasta que escuchaba 
una orden de cuerpo a tierra 
buscaba la protección del pasto
trinchera con el viento, de la luz mala
huesos relampagueando allá a lo lejos
sus perros blancos me seguían 
hasta la tranquera de casa.

de día me animaba a buscarlos
hacia ofrendas en una pacheta
colocaba restos de animales 

cráneos de vacas eran trofeos

o dentaduras humanas 
y flores del rosal de mi abuela
ella me llamaba diciendo 
no llores mi niña
no llores por un montoncito de huesos.

abro los ojos y ya no te veo
no estoy en el campo
pero siempre me llevo conmigo 
hacia ese u otro lugar 
en ataques de orden encontramos 
personas y días de un calendario 
que se interpone en los días que corren

recuerdos, objetos y fotografías
son la correspondencia que llevamos 
con el tiempo.

yo quería llevarte hasta ahí, a mi infancia
plantarte un jardín en medio de la frente
no arranques las flores, me decías
pero cumplen su vida 
y luego de la floración y la belleza, se secan
en el florero en la mesa o en la planta.

nosotros fuimos como un rosal sin podar 
nos quedamos con las mejores flores
perseguidos por la luz mala 
asustados, inquietos, encendidos
entregándole nuestros cuerpos a la tierra 
y diciéndonos
no llores mi amor
no llores por un montoncito de huesos.

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