viernes, 11 de marzo de 2011

Sueños extraños (2) Sin titulo

De pronto me encontré manejando incansablemente, intentando alcanzar un colectivo de la línea 511 que perdimos con mi hermana en avenida Luro y la catedral. Manejar por calles eternas incendiadas de edificios, por un recorrido que no es era mismo de siempre, y de pronto aparecer en un morro, sobre pequeñas callecitas con casas precarias, sin hombres exentos de color, de mucho color a la derecha y a la izquierda, de barro, de juguetes viejos, de baldes sin mar, de muñecas sin brazos en las veredas que no existen, que son parte de la calle. Bicicletas oxidadas, pasillos sin destino, tendederos plagados de ropa clara, agujereada por las polillas, como las polillas de mi ropero, aparecer allí como un abrir y cerrar de su puerta.
Ahí estaba en una fabela de algún lugar de brasil, aparecía sin el auto y sin alguna rueda, sola, sin colectivos. Se abría una puerta y un primo me recibía, una casita sin techo, sin puertas ni ventanas, sin pintar. Y un gato peludo negro, acostado sobre uno de los marcos la ventana sin ventana. La vista era imponente, estaba a unos cientos de metros de altura a nivel del mar, un atardecer cayendo anclado ya sin sol, con el calor en el aire, con decenas de personas en la orilla, allá abajo, y mas morros cubriendo la derecha del horizonte. Lo extraño, las demás casas alrededor vacías, sin gente. 
De repente el miedo, parte de lo que iba a acontecer; caballos y jirafas delineadas comenzaron a salir del agua, transparentes, solo delineados con colores fluor, de fucsias y verdes, amarillos y naranjas, como vivos fuegos artificiales. Salieron del fondo del mar en estampida y corrían por la arena, la gente gritando y corriendo despavorida entre los animales que invadían la arena. Una pelota inflable de colores apareció desde el cielo en medio del caos, se acercaba como se acercan los meteoritos que la gente teme, del fin del mundo, el Apocalipsis, y las flores marchitas sin velorios que llenar. La pelota se acercaba cada vez mas, gigante, era una luna que caía, rebotaba en el mar y las olas creciendo alrededor, cubriendo a las personas y a los animales que seguían corriendo en las orillas, ya metiéndose entre los morros, el agua tapando la avenida, entrando por las calles. La pelota seguía su marcha, comenzó a subir por el morro destruyendo las casitas precarias. Yo, inmóvil, observando todo, miedo, miedo, la pelota pasaba a unos cincuenta metros de mí, y seguía subiendo. Me quede ahí escuchando los gritos, la gente que ahora aparecía entre las calles de barro, y corría no se hacia dónde. Paranoia inhalada. La pelota tal vez seguiría su marcha hacia otro morro, hacia otra costa, o tal vez aparecería algún niño gigante buscándola, que la detenga y comience a jugar un vòley playero, o a construir castillos de arena con palitas en la orilla.

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