jueves, 17 de diciembre de 2009

(titulo desconocido)


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Un segundo es la espera sumergida en el norte del llanto. Y siempre el llanto, la lluvia, el llano planeando el suelo y cada tanto se alteran las cúpulas de las iglesias del cielo. Un paraíso, o dos, a la deriva de un amanecer afelpado como la alfombra de tus pies que vuelan y vuelan cuando bajas de tu cama. Esa espera, la interminable, la que despierta a las tres de la mañana y las persianas esperanza te sujetan despacio para atrapar la luz de tus ojos que aquietan la angustia, el desamor y las enredaderas de aquellos otros ojos perdidos, que escalan hacia el sur del este, sobre las luces de los barcos que invadidos de mar atraviesan la línea débil del infinito. Y vos sos el puente, o tal vez el espacio vacío que se abre en el aire. Algo que llena el pecho hasta llegar al otro lado, donde abejas crujientes se detienen sobre tu rostro buscando el alimento que no encuentran, y los pétalos se cierran con la falta de sol.

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